A mi mamá siempre le pareció curioso que cuando yo era un niño, le tenía un pavor enorme a hacerme viejo. Ella recuerda que constantemente (en especial el día de mi cumpleaños), le preguntaba si aún seguía "nuevo". La historia detrás de mi miedo, es que en una ocasión cuestioné a mi papá sobre por qué se enfermaban y morían las personas, y si a mí también me iba a pasar. Para tranquilizarme, su respuesta fue que solo fallecen y enferman las personas viejitas, que a mi me faltaba mucho para eso y aún seguía nuevo. Por ende, terminé desarrollando un miedo hacia las enfermedades y a la vejez.
Freud explicó que somos capaces de comprender la muerte a nivel intelectual (podemos reconocer que es algo natural), pero nos es difícil de integrarla. Él dijo: "En el fondo, nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad".
La realidad, es que la mayoría de las personas se van a dormir sin preocuparse o cuestionarse si en la mañana van a despertar o no. El amanecer es algo que se da por hecho.
En mi caso, desde chico me acostaba siendo consciente de que tal vez no despertaría y que mientras más creciera, mis probabilidades de hacerlo se irían reduciendo. Por lo tanto, desarrollé la certeza de que si llegaba a despertar, haría de ese día uno especial. Fue así como al pasar de los años, aprendí a amar la idea de la muerte en vez de temerle.
Fue tanto el impacto que hizo en mí la importancia de vivir el presente, que hace 11 años emprendí un negocio (Edad de Oro) dedicado a al venta de productos médicos para adultos mayores, enfermos y minusválidos. La mayoría de mis conocidos piensan que el motivo que me llevó a abrir mi tienda, fue porque encontré un nicho de mercado redituable, o que se debe a mi pasión por los temas de la salud.
La verdad, es que presentarme todos los días en Edad de Oro es mi recordatorio de que la vida tiene un fin. Que tarde que temprano, siguiendo el ciclo natural de la vida, me voy a convertir en uno de mis clientes. Por lo que disfrutar plenamente el aquí y el ahora es lo mejor que puedo hacer por mí.
Hoy puedo decir que ese miedo que tenía de niño se convirtió en mi mayor maestro. Pues el tener internalizado desde tan temprana edad que mi tiempo es limitado, me ha ayudado a no quedarme eternamente en el pasado, a no preocuparme en exceso por el futuro, a saborear cada momento de mis días al máximo, y sobre todo, me ha enseñado a perdonar y soltar.
Mentiría si digo que vivo con total indiferencia ante situaciones que pongan en riesgo mi vida, o que tengo una filosofía YOLO. Acepto que existe en mí un "miedo saludable" que me abstiene de participar en actividades que comprometan mi bienestar o el de los demás. Tengo el realismo de que si llego a un nuevo amanecer, no está demás hacerlo de la mejor manera (física, económica y socialmente). Tal como dijo Stephen Hawking: "No tengo miedo a la muerte, pero no tengo prisa por morir. Tengo mucho que hacer primero".
Dado a que tenemos el instinto de supervivencia, considero que es natural temer a la muerte. Sin embargo, está comprobado que su aceptación afecta positivamente a nuestra salud mental, ya que aceptar que lo peor (la muerte) sucederá, ayuda a restarle importancia a las ansiedades cotidianas de la vida. Incluso puede inspirarnos a utilizar mejor nuestro tiempo durante esta vida.
Sé que la frase "vive cada día como si fuera el último" puede escucharse muy utópica. Pero, ¿cómo crees que serían tus días si al despertar te dieras cuenta que sí puede serlo? Seguramente no te obsesionarás con inconvenientes triviales. Si validas que tu tiempo es limitado, probablemente te enfocarás en lo que verdaderamente vale la pena.
I'm not afraid of death, but I'm in no hurry to die. I have so much I want to do first.
Carpe diem